ALELUYA, ALEXANDER

Soy solo suya y grito aleluya
tuya mía mía tuya

saltan las grullas, canes patrullan
gritan los reyes, ponte los pantis
acusan los jueces, se comen las heces:

naces, pereces, resumen.
Nariz, zona periodontal, cardumen.

Pareces deshilachado como el espantapájaros
¿quién me llama?,
la llama me llama en llamas
y busco las baldosas amarillas, compay.

Llévame al país de las cobayas, ponte la corbata.
Llámame desde el país de los ocelotes, ponte los pantalones.
Grita aleluya y chupa el metal.
Luego dirás que te sabe to’ mal.
Abrirás la mano y te darás cuenta de que la divisa se ha devaluado.
La gasolina sube, los corazones bajan.
Los calcetines son blancos en zapatos de piel.
Gritemos aleluya tres veces.
Y resucitarás a Alexander Magnus para que te parta en dos con su espada.
Tuya mía mía tuya.

Rito: High Five (Joan,1838 días)

Planetarium Negara, año 5.

No me canso de recopilar las sabias frases de los cinco años, la lógica aplastante del cerebro gelatinoso, la termodinámica de las velas de cumpleaños, tu cara de advertencia con las medusas de las islas que aquí visitamos, la cara fragmentada por golpes en la barbilla con puntos en hospitales del interior de Malasia, la pupa en la pancha de los yogures con fruta, los dedos como gambas que hacen cosquillas, los dedos como gambas que arañan, los dedos cuyas uñas yo corto con el tesón de un curtidor de cuero, las ganas de verte correr escaleras arriba y escaleras abajo por un planetario que se nos queda corto; quizá el universo eran las comas y los puntos de cuando tenías cinco años y yo leía a Foster Wallace y me quedaba llanito de emociones, pero luego las emociones volvían y tú me decías que había que construir a Powerman 5000 con los legos, los trozos de ladrillo que a su vez yo me clavaba en la planta de los pies como clavos de fakir, mira tú qué cosas, Joan, que mis tratados vexilológicos ahora son los tuyos también, que algún día leerás todos los momentos que estuvimos por el mundo y te dará el vértigo (o no).

Los cinco años deben de ser increíbles. Yo no lo sé, porque soy un viejo entumecido. A tus cinco años yo aprendí a patinar en skateboard. Y ese aprendizaje nos lleva a la siguiente secuencia: entramos al parque como dos bólidos kamikazes a la carrera, cantando o tarareando la canción de Paw Patrol, subimos un par de cuestas y nos lanzamos por el asfalto del parque. Las familias chinas, malasias, indias, expatriadas ven a los dos parias haciendo eses alrededor de sus sábados por la tarde. ¿El helado de chocolate lleva o no lleva aceite de palma? Llegas del colegio y te pregunto qué comes, me respondes con tu acento multilingüe que ha sido «gravy with roti». Lo mejor es que yo no sé la mitad de las cosas que aprendes. Y tampoco me imagino cómo será el puchero mental que se está cociendo ahí. Lo que sé es que te ofrezco «una tapita de arroz con judías» que yo cocino para mí. El concepto de tapa de arroz con judía se convierte en una aleación imposible en mi psique, como pegar hierro al plástico con cola de carpintero. Pero me encanta decirte «tapita de arroz con judías». Ahí está tu bol con los granos que comemos juntos mientras me acompañas en mi almuerzo descamisado. Y la luz que se refleja en tu nariz es la mejor luz del día. Y sé que puedo decir que tuve el tiempo contigo para hacer todo lo que me quedaba pendiente. Y que lo único que recibí de tu parte fue amor.